Con un corazón lleno 

Mi madre santa tenía un sentido del humor muy espontáneo. A ella nunca le faltaba qué decir, con quien hablar o de qué reírse. Le encantaba platicar. 

Cuando Jessica, mi hija mayor era bebé, mi mamá “sostenía» conversaciones con ella. Claro, todo con la voz de mi mamá, quien era interlocutora de lo que ella se imaginaba que Jessica le contestaba. Eran diálogos completos, elaborados, pláticas largas e interactivas. Eso sí, con mucha ternura, risa y amor.

Cada vez que mis papás regresaban de visita, Jessica estaba un poquito más grande, y cada vez disfrutaba más de la bella convivencia con sus abuelitos.

Uno de tantos diálogos unilaterales, era cuando mi mamá platicaba con Jessica, y hasta Jessica le daba las gracias. ¿La razón? No importaba. 

Una de las escenas que mas tengo presentes, es cuando Jessica estornudaba. Mi mamá entonces le decía:

-¡Salud mi reina!

Y Jessica respondía (en voz de mi mamá):

-¡Gracias!

Y mi mamá:

-¡Con mucho gusto!

Cuando esta escena se empezó a dar, Jessica tendría tan solo unos meses de nacida..

Como Jessica naturalmente seguía estornudando de vez en cuando, mi mamá continuaba el “diálogo”.

Conforme Jessica seguía creciendo, y la escena repitiéndose,  llegó el momento que Jessica empezó a querer imitar lo que mi mamá le decía.

-(Estornudo de Jessica)

Mi mamá:

-¡Salud!

Jessica:

-¡Ashas !

Mi mamá al mismo tiempo

-¡Gracias!

Jessica

-¡Con uto guto!

Mi mamá al mismo tiempo que Jessica:

-¡Con mucho gusto!

Y entonces las dos explotaban en risas.

Y yo con ellas.

Curiosamente, ese diálogo de decir salud y agradecer se le quedó tan grabado a Jessica que cuando ella escuchaba a alguien estornudar, ahora ella era quien recitaba el diálogo unilateral.

Fue tanto lo que se acostumbró a decirlo, que cuando escuchó a Natalia estornudar por primera vez, ella ya sabía qué decir.

Se veía tan curiosita y tierna, aún con voz de niña pequeñita”prestándole” su voz a Natalia, así como mi mamá en su momento se la prestó a ella.. 

Y algunos añitos después, la escena se repitió una vez más. Mi mamá repetía el mismo diálogo con Natalia, y Jessica también. No pasó mucho tiempo antes de que también Natalia empezara a imitar a su manera ese diálogo de agradecimiento.

Y tú, ¿cómo fue que aprendiste a dar gracias?

Como buena mamá, a mí mi mamá me enseñó a dar gracias y a decir por favor al recibir  y al pedir algo. Y de una manera similar, busqué hacer lo mismo con mis hijas. 

Por el carácter de mi mamá, en mi caso yo relacioné el decir gracias con tener un buen sentido del humor. Aprendí a decir gracias con un toque de ligereza y apertura.

En tu caso, ¿con qué relacionas el decir gracias? ¿Con indiferencia, soberbia o con apertura?

En el evangelio, Hay un relato en el que Jesús sana a 10 leprosos, y solo uno regresa a agradecerle. 

No creo que los nueve que no regresaron no hayan estado agradecidos. ¿Por qué crees tú que no regresaron a expresar su gratitud? ¿Será que habrán recibido su sanación con algo de soberbia? ¿Será que no aprendieron de otros a expresar su gratitud en voz alta?

Y en tu experiencia, ¿has observado cómo expresas tu gratitud?

Como el relato solo detalla a un leproso que regresó a dar gracias, me imagino que su corazón ha de haber estado lleno. O hasta desbordado de alegría y gratitud.

Si el Espíritu te inspira, comparte con Jesús carpintero qué tan lleno sientes tu corazón al agradecer. Y tal vez, quieras compartirlo expresarlo en voz alta.

Marisol

P.D. Podemos escuchar acerca de el poder agradecer  en las lecturas del XXVIII domingo del tiempo ordinario, año / ciclo C.